23 de enero de 2008

GRECIA: HIPOCRATES DE COS


Hipócrates de Cos

Hipócrates nació en 460 a.C. en la isla de Cos (mar Egeo), y murió en el año 377 a.C. en Larisa (Tesalia). Fue un médico griego, llamado desde la Edad Media el Padre de la Medicina. Figura de gran relieve histórico que ya en época griega adquirió carácter mítico. Pertenecía a una familia de médicos-sacerdotes de Asclepio. Viajó por toda Grecia y probablemente por el Próximo Oriente, siendo considerado durante su vida como un gran clínico. Su figura ha sido venerada durante siglos como personificación del médico ideal y como el fundador de la medicina. Su concepción de la medicina, basada en la experiencia y en la observación, nos es conocida por los Aforismos y los tratados que se le atribuyen del célebre Corpus hippocraticum, conjunto de teorías médicas de la época compiladas por la escuela médica de Cos. Se basan en la teoría de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) y en la fuerza curativa de la Naturaleza.
Aforismos [1]
1. Corta es la vida, el camino largo, la ocasión fugaz, falaces las experiencias, el juicio difícil. No basta, además, que el médico se muestre tal en tiempo oportuno, sino que es menester que el enfermo y cuantos lo rodean coadyuven a su obra.
2. La Medicina es el arte de curar las enfermedades por sus contrarios. El arte de curar, el de seguir el camino por el cual cura espontáneamente la Naturaleza.
3. En las disenterías y vómitos espontáneos, si se evacua lo que debe ser expelido, todos estos trastornos podrán ser útiles y poco molestos; pero, si esto no ocurre, serán dañosos. De igual manera, la evacuación de los vasos es útil cuando se practica en términos convenientes, pues, y es muy conveniente tener en cuenta el país, la estación, el tiempo y la naturaleza de las enfermedades, en que pueden convenir o no estas evacuaciones.
4. La robustez extremada es dañosa a quienes hacen ejercicios violentos, como los atletas; pues no pudiendo mejorar ni permanecer estacionarios, es muy fácil que se altere en su perjuicio. Así es conveniente que se disminuya gradualmente el vigor excesivo, para que el cuerpo comience una nutrición nueva. No obstante, precisa no evacuar con exceso; la atenuación debe estar en proporción a la naturaleza y fuerzas del enfermo, pues la excesiva replexión es tan perjudicial como la evacuación extrema.
5. La dieta rigurosa es peligrosa siempre en las enfermedades crónicas y aun cuando está contraindicada en las agudas. Es difícil de soportar un régimen de sobrada tenacidad, como lo es una replexión excesiva.
[1] E. Littré, Oeuvres Complètes D’Hippocrate, Tome quatriéme, Aphorismes premiére et deuxiéme section, a Paris, chez J.B. Baillière, 1844, p. 458-485.
Sobre la medicina antigua [1]
Cuantos se han puesto a la tarea de hablar o escribir acerca de la medicina, tomando como base su de teoría un supuesto, lo caliente o lo frió o lo húmedo, o lo seco o cualquier otra cosa que les plazca, reducen el principio de la causa1 de las enfermedades y de la muerte y de la muerte de los hombres a una o dos cosas que han dado por supuestas, y asignan la misma causa en todos los casos. Así por un lado es evidente que están equivocados en muchas cosas inclusive las que afirman. Pero sobre todo merecen ser censurados porque lo que abordan es un arte que tiene realidad y del cual se sirven todos en las ocasiones más importantes, y confieren los principales honores a los buenos artesanos y profesionales. Ahora bien, hay artesanos de poca valía y otros muy sobresalientes; y esto no seria así si la medicina no fuera real y si en ella no se hubiera observado nada ni descubierto nada. Si ese fuera el caso, todos serian similarmente inexpertos e ignorantes respecto de ella, y todo lo concerniente de los enfermos quedaría a merced del azar. Pero no es este el caso, sino que, así como en todas las demás artes los artesanos difieren mucho entre si en cuanto a habilidad manual y a inteligencia, del mismo modo sucede en la medicina. Por eso nunca he concebido que la medicina tuviera necesidad de un supuesto inventado, tal como lo requieren las cosas invisibles y enigmáticas. En efecto, cuando se intenta hablar de estas -por ejemplo, de las cosas que están en lo alto o de las que hay bajo tierra-, es forzoso recurrir a un supuesto. Si alguien hablara discerniendo como son no seria claro, ni para el que habla ni para sus oyentes, si lo que dice es verdadero o no, pues no puede ser referido a nada que asegure un saber con certeza.
En cuanto a la medicina desde hace mucho cuenta con todo una ves descubiertos su principio y su vía, con los cuales muchos descubrimientos relevantes han sido hechos durante mucho tiempo y serán hechos los que restan, con tal de que quien investigue sea capaz, conocedor de lo que ha sido descubierto, y que parta esto. Pero aquel que, tras dejar de lado todo esto rechazándolo, intente indagar por otra vía y de otra forma y diga que ha descubierto algo, engaña y se engaña; pues es imposible que haya descubierto algo. Porque motivo es necesariamente imposible, tratare de mostrarlo al explicar –en lo que digo-, que es el arte de la medicina. De ello resultara evidente que es imposible que sea descubierto algo de cualquier otro modo.
[1] Hipócrates, Sobre la medicina antigua, Traducción al español de María Dolores Lara Nava, España, Editorial Planeta-DeAgostini, 1995, p. 37-69.
Epidemias [1]
1. A la hija doncella de Euryanacto la acometió una calentura fortísima, y en toda ella no tuvo sed, ni apetito ninguno a la comida. Por el vientre echó un poco de humor, y las orinas fueron tenues, en poca cantidad y de buen color. Al comenzar la fiebre sintió un dolor en el perineo. El día sexto estuvo sin calenturas no sudó, hizo crisis, y en el tumor del perineo se hizo materia y al tiempo de la crisis se abrió. El séptimo día, después de la terminación, tuvo frío, con temblor de todo el cuerpo, entróle un poco de calor, y sudó. En el octavo, después de la crisis, tuvo un poco de frío con temblor, y después se le enfriaron los extremos de modo que ya más no volvieron en calor. El día décimo, después que tuvo un sudor, le vino algo de delirio, mas de allí a poco volvió en sí. Díjose que padeció la enferma todos estos males por comer una uva. El día duodécimo pasó sin calentura, pero volvió después a delirar. Turbósele el vientre, y echaba humores coléricos en poca cantidad y sin mezcla de otros, delgados y picantes, y se levantaba a menudo a arrojarlos. El día que hacía siete, después del delirio último que tuvo, murió. Esa mujer, desde el principio de la enfermedad, tuvo dolor en las fauces y rubicundez continúa en ellas y retraimiento en la campanilla, junto con esto mucha destilación de humores en poca cantidad, delgados y picantes: tenía también tos, y no arrancaba nada cocido. Toda la enfermedad tuvo, una suma inapetencia y aversión a todas suertes de comidas, no tuvo sed, ni bebió cosa memorable, hablaba poco, estaba silenciosa y el ánimo le tenía en perpetua desconfianza y desesperación. Hallábase en esta enferma una natural y congénita disposición a la tisiquez.
[1] E. Littré, Oeuvres Complètes D’Hippocrate, Tome second, Epidémies premier livre, a Paris, chez J.B. Baillière, 1840, p. 598-717.
Sobre el médico [1]
1. La prestancia del médico reside en que tenga buen color y sea robusto en su apariencia, de acuerdo a su complexión natural. Pues la mayoría de la gente opina que quienes no tienen su cuerpo en buenas condiciones no se cuidan bien de los ajenos. En segundo lugar, que preste un aspecto aseado, con un atuendo respetable, y perfumado con ungüento de buen aroma, que no ofrezca un olor sospechoso en ningún sentido. Porque todo esto resulta ser agradable a los pacientes.
En cuanto a su espíritu, el inteligente debe observar estos consejos: no solo el ser callado, sino, además, muy ordenado en su vivir, pues eso tiene magníficos efectos en su reputación, y el que su carácter sea el de una persona de bien, mostrándose serio y afectuoso con todos. Pues el ser precipitado y efusivo suscita menosprecio, aunque pueda ser muy útil.
Que haga su examen con cierto aire de superioridad. Pues esto, cuando se presenta en raras ocasiones ante unas mismas personas, es apreciado.
En cuanto a su porte, muéstrese preocupado en su rostro, pero sin amargura. Porque, de lo contrario, parecerá soberbio e inhumano; y el que es propenso a la risa y demasiado alegre es considerado grosero. Y esto debe evitarse al máximo. Sea justo en cualquier trato, ya que la justicia le será de gran ayuda. Pues las relaciones entre el médico y sus pacientes no son algo de poca monta. Puesto que ellos mismos se ponen en las manos de los médicos, y a cualquier hora frecuentan a mujeres, muchachas jóvenes, y pasan junto a objetos de muchísimo valor. Por lo tanto, han de conservar su control ante todo eso. Así debe, pues, estar dispuesto el médico en alma y cuerpo.
[1] José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll, Domingo Pérez González y Salvador Rosales de Gante, Lectio et disputatio, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003, p. 34-39.
Juramento Hipocrático [1]
Juro por Apolo médico y por
Asclepio y por Hygiea y por Panacea y todos los dioses y diosas, poniéndolos por testigos, dar cumplimiento en la medida de mis fuerzas y de acuerdo con mi criterio a este juramento y compromiso:
Tener al que me enseñó este arte en igual estima que a mis progenitores, compartir con él mi hacienda y tomar a mi cargo sus necesidades si le hiciere falta; considerar a sus hijos como hermanos míos y enseñarles este arte, si es que tuvieran necesidad de aprenderlo, de forma gratuita y sin contrato; hacerme caso de la preceptiva, la instrucción oral y todas las demás enseñanzas de mis hijos, de los de mi maestro y de los discípulos que hayan suscrito el compromiso y estén sometidos por juramento a la ley médica, pero a nadie más.
Haré uso del régimen dietético para ayuda del enfermo, según mi capacidad y recto entender: del daño y la injusticia le preservaré.
No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte.
No haré uso del bisturí ni aún con los que sufren del mal de la piedra: dejaré esa práctica a los que la realizan.
A cualquier casa que entrare acudiré para asistencia del enfermo, fuera de todo agravio intencionado o corrupción, en especial de prácticas sexuales con las personas, ya sean hombres o mujeres, esclavos o libres.
Lo que en el tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en relación con la vida de los hombres, aquello que jamás deba trascender, lo callaré teniéndolo por secreto.
En consecuencia séame dado, si a este juramento fuere fiel y no lo quebrantare, el gozar de mi vida y de mi arte, siempre celebrado entre todos los hombres. Mas si lo transgredí y cometo perjurio, sea de esto lo contrario.
[1] Hipócrates de Cos, Corpus Hippocraticum, España, Editorial Gredos, 2000, p. 3-4.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA DE TODOS LOS TEXTOS: TEXTOS CLÁSICOS DE LA MEDICINA. TOMO I. CORTÉS, PÉREZ, ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA DE LA BUAP. PUEBLA, PUE, MÉXICO 2007.

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