30 de enero de 2008

GALENO DE PÉRGAMO



Claudio Galeno de Pérgamo.

Galeno nació en Pérgamo de una familia de arquitectos, fue un médico griego. Sus puntos de vista dominaron la medicina europea a lo largo de más de mil años. Se interesó por una gran variedad de temas, agricultura, arquitectura, astronomía, astrología, filosofía y principalmente medicina. Inicia su formación en la medicina a los 17 años de edad. A los 20 años se convierte en therapeutes (discípulo o socio) del dios Asclepio. Durante doce años se dedica a estudiar medicina. Cuando regresa a Pérgamo, trabaja como médico en la escuela de gladiadores durante tres o cuatro años. Viaja a Esmirna, Corinto y Alejandría donde amplía sus conocimientos en anatomía y clínica. Siendo ya reconocido, ubica su residencia en Roma, como médico de los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero. En sus obras Galeno demuestra su capacidad para emitir conclusiones a partir de las relaciones que encuentra entre datos provenientes de la experimentación con animales, la práctica clínica y el quehacer filosófico, científico y práctico decantado con la experiencia.
  • Sobre las Escuelas de Medicina a los principiantes [1].
El propósito del arte médica es la salud, y su fin la adquisición de ésta. Es preciso que los médicos conozcan los procedimientos mediante los cuales puede uno procurarse la salud, si no se tiene, o conservarla, si se tiene ya. Aquello que procura la salud se no se tiene recibe el nombre de remedios y auxilios, mientras que lo que la preserva se denomina dieta saludable.
Precisamente la antigua definición afirma que la medicina es la ciencia de los factores saludables y nocivos, llamando saludables a aquellos que preservan la salud existente y recuperan la que se ha perdido, y nocivos a los contrarios a éstos. El médico precisa efectivamente del conocimiento de ambos con el fin de obtener unos y evitar los otros. Sin embargo, de dónde ha de procurarse el conocimiento de estos factores es algo sobre lo que no existe acuerdo entre todos, sino que unos aseguran que la experiencia se basta a sí misma para el arte, mientras que para otros la razón parece desempeñar un papel no desdeñable. Los primeros se llaman empíricos porque parte únicamente de la experiencia, y derivan de ésta su nombre, y del mismo modo los que parten de la razón se llaman racionales. Éstas son las dos primeras escuelas de medicina: la una se basa en la experiencia para llegar al descubrimiento de los remedios, y la otra en las demostraciones.
Estas escuelas recibieron los nombres de empírica y racional, y se extendió la costumbre de llamar a la empírica observadora y mnemonéutica, y a la racional dogmática y analogística. Y de forma análoga a las escuelas, a los hombres que se habían decantado por la experiencia les llamaron empíricos, observadores y mnemonéuticos de los hechos evidentes, mientras que cuantos se habían sometido a la razón fueron denominados racionales, dogmáticos y analogísticos.
Los empíricos afirman que el arte médica se constituye del siguiente modo: después de observar que muchas de las enfermedades humanes se producen de manera espontánea, estén los hombres sanos o enfermos, las diarreas o alguna otra afección de este tipo que conlleva daño o beneficio pero que no tiene una causa bien perceptible, mientras que otras tienen una causa evidente pero no dependen de nuestra voluntad sino de alguna contingencia, como cuando sucede que al caerse alguien o recibir un golpe o ser herido de cualquier otra manera le fluye sangre, o cuando en la enfermedad, y satisfaciendo el deseo, de bebe agua fría, vino u otra cosa por el estilo, y cada una de éstas acaba en beneficio o perjuicio: pues bien, a la primera clase de factores que benefician o perjudican la llamaron “natural”, y a la segunda “coyuntural”.
[1] Galeno, Tratados filosóficos y autobiográficos, Traducción al castellano de Teresa Martínez Manzano, España, Editorial Gredos, 2002, p. 111-119.
  • Sobre la epilepsia y sus causas [1]
Diferencias entre humores flemáticos y melancólicos, causantes de epilepsias, melancólicas, delirios violentos y frenitis. La epilepsia es también una convulsión de todas las partes del cuerpo y no se produce de forma continua como la emprostotonía, la opistotonía y el tétanos, sino a intervalos de tiempo. No sólo en ello se diferencia de los mencionados espasmos, sino también de la lesión en la conciencia y de las sensaciones; por ello es evidente que el origen de esta afección está arriba, en el propio encéfalo. Y como cesa también rápidamente, es más lógico pensar que un espeso humor produce la afección en los ventrículos encefálicos al obstruir la salida del pneuma, y que el principio de los nervios se agita para sustraerse a las sustancias molestas.
Tal vez también, al empaparse el origen de cada nervio, se produce el espasmo de los epilépticos de forma semejante a los espasmos que tienen su origen en la médula. Lo repentino de su comienzo y cese demuestra que la afección no se origina nunca por sequedad y vacuidad, sino por la consistencia de un humor. En efecto, un humor espeso y viscosos podría obstruir de repente los conductos; sin embargo, no es posible que el encéfalo o la membrana delgada que allí se encuentra lleguen a tal estado de sequedad como para asemejarse al cuero, sino al cabo de mucho tiempo. A ello se añade que este enfermo no ve ni oye ni ejerce en absoluto ningún sentido; tampoco comprende lo que ocurre y tiene afectados su raciocinio y su capacidad de recordar.
[1] Galeno, Sobre la localización de las enfermedades, Traducción al castellano de Salud Andrés Aparicio, España, Editorial Gredos, 2002, p. 130-135.
  • Sobre las diferencias de los pulsos [1]
Qué fue lo que impulsó a Galeno a combatir las chanzas de los neumáticos, y qué es el pulso exactamente. Ya he dicho al comienzo del segundo libro cuánta utilidad para la práctica del arte se contiene en el libro primero, pues quedó expuesto a lo que se refiere a todo el número de pulsos y recorrimos sus denominaciones, en cuanto las hay, y mandé que el que quisiera pasar a lo útil de la doctrina del conocimiento del pulso, la leyese escrita en cuatro libros a continuación de esta obra, y después leyese la de las causas en otros cuatro, y así llegaría a la de los pronósticos, escrita por nosotros mismos, también está en otros cuatro libros.
Pero en esta obra acerca de las diferencias de pulso, lo que viene después del libro primero, lo mismo que voy a escribir ahora, se ha escrito por la superflua charlatanería de los médicos modernos, a petición de algunos compañeros, aunque yo les he resistido durante mucho tiempo. Pues me parecía mejor dejar sin escribir cosas inútiles y superfluas, y no responder con divagaciones, ni voluntaria ni involuntariamente, a lo que divagan.
Pero en verdad es insoportable el atrevimiento de algunos, que desconocen cuántas son las dificultades de la definición, mas con todo definen, no sólo los pulsos, sino todo lo demás. Y si bien de nada sirven las definiciones cuando sin llegar a ellas se comprenden bien las cosas, como en la denominación del pulso, la cual no solo comprenden los médicos sino todos los hombres. Pues cuando extienden la mano y presentan la muñeca, mandando que el médico palpe el pulso, ¿hay que decir que ellos usan el nombre de pulso como podrían usar el de skindapsós,
[2] o bien pronunciando tal voz indicando una cosa? Me parece que es mejor decir que significando una cosa es como han puesto el nombre de pulso. ¿Es que llaman al pulso como al hipocentauro y las sirenas o la Escila, o ponen el nombre como de cosa existente? A mí me parece también en este caso que es mejor decir que el nombre de pulso se dice por aquellos como de cosa existente, y esa cosa es el movimiento de las arterias, que ven durante toda la vida todos los hombres en todas partes del cuerpo donde aquellas existen. Pues ciertamente también en las partes inflamadas dicen que se siente cierto pulso, como también que las sienes laten en las fibras ardientes, después de la bebida excesiva de vino puro, en ciertas cefalalgias, y especialmente en las originadas por insolación. Y cuando estas cosas se las explican los unos a los otros, no necesitan de largos discursos con los que los médicos modernos han llenado libros de las admirables discusiones que hacen unos contra otros acerca de la definición del mismo pulso y de todas las diferencias particulares de él, como del vehemente y grande y pleno, igual y ordenado y los restantes, de los cuales ya he dicho mucho por causa de ellos y de sus escritos donde comento y a la vez juzgo el libro de Arquígenes sobre los pulsos, puesto que a este hombre, junto con los demás médicos modernos, le atacó la enfermedad de la definofilia (pues yo también aplico esta denominación nueva a una cosa nueva). Por cierto que no era digno Arquígenes de sufrir este mal, ya que era hombre bien cuidadoso en la práctica del arte. Pero lo mismo que de la sarna y de la oftalmia disfrutan sin quererlo algunos de los que se acercan, así también este hombre ha sido arrastrado a las charlatanerías sobre las definiciones, aunque se aplicara más que los otros a las obras del arte.
Que ciertamente desean lo que más ignoran, se lo muestro a ellos en pocas palabras: ordeno que digan el nombre de lo que quiero, y después que hagan esto les mando otra vez que digan un número de versos, y lo recorro en el metro que quieran tratando de la definición. Y quedan heridos con este alarde, aunque se hallan en un alto grado de estupidez. Porque como se puede hacer sobre cada uno de los hombres un libro entero, resultarán más de mil versos. Y si vamos recorriendo igualmente todo punto por punto, me parece que me he decidido a una cosa tremenda si me veo obligado a irme planteando cuestiones acerca de los pulsos para mostrar la necia charlatanería de ellos.

[1] José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll, Domingo Pérez González y Salvador Rosales de Gante, Lectio et disputatio, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003, p. 58-72.
[2] Nombre arbitrario, dado al azar por el autor en tono irónico.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA: TEXTOS CLÁSICOS DE MEDICINA TOMO I. CORTES, PÉREZ Y ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA DE LA BUAP. PUEBLA. PUE. MÉXICO 2007

RUFO DE EFESO


Rufo de Efeso

Anatomista griego anterior a Galeno, Rufo de Efeso es célebre por sus investigaciones sobre el corazón y los ojos, se sabe que estuvo interesado particularmente en la neuroanatomía y distinción entre el cerebro y cerebelo, reconoció las membranas que recubren al cerebro, describió el cuerpo calloso y los ventrículos; identificó el paso entre el tercer y cuarto ventrículos.
Describió la melancolía, siguiendo la teoría humoral dividió la melancolía en tres tipos: en el primero la bilis negra actuaba principalmente sobre el cerebro, en el segundo, el más grave, se difundía por toda la sangre, en el tercero se localizaba en el estómago; en este último caso se producían los cuadros hipocondríacos. Tres de sus obras más importantes fueron: De corporis humani appellationibus, sobre las enfermedades del riñón y la vejiga, y las Quaestiones medicinales. La primera referencia al término aneurisma (del griego dilatar) corresponde a Rufo de Efeso
Sobre la interrogación al paciente [1]

Lo primero que hay que preguntar al paciente es si la enfermedad que le aflige ahora es habitual en él o es algo nuevo en su vida, pues, en general, muchas personas enferman del mismo mal más de una vez, tienen mismos síntomas y son tratados de manera similar. Aunque tal vez haya pensado otras veces el médico que síntomas son muy difíciles de evitar y que no admiten tratamiento, no le parecen graves ni imposibles de tratar en el caso presente. Es indudable que en todos los casos el hábito tiene la mayor importancia, tanto para ayudar a resistir las enfermedades graves como para curarlas. Así, pues, creo que conviene investigar la naturaleza de cada persona (physis) en sus diversas formas, ya que todos no tenemos la misma naturaleza: diferirmos grandemente unos de otros en todos los aspectos. Por lo tanto, si inquirís acerca de la digestión, encontraréis que hay alimentos fáciles de digerir para unos y difíciles para otros. Y del mismo modo, las medicinas que provocan la catarsis o que se eliminan por la orina, obran de modo diferente en personas distintas, llegando algunos purgantes incluso a producir vómitos y algunos eméticos a obrar como purgantes. En una palabra, ninguna de estas substancias es tan constante en su acción que el médico pueda incluirla en una sola categoría.
Por consiguiente, hay que preguntar al paciente de qué manera le afecta cada alimento o bebida, y si tiene el hábito de ingerir una determinada medicina. Sin duda, lograremos los mejores resultados inquiriendo del paciente todo detalle fuera de lo ordinario en la enfermedad que le aqueja. Como regla general, se preguntará al enfermo si su apetito es bueno o malo y si suele tener mucha o poca sed, así como sus hábitos en cada uno de estos aspectos; pues es importantísimo conocer las costumbres de una persona, tanto como su natural predisposición. Es un hecho que la clase de alimento a que uno está acostumbrado se toma con más facilidad que otro, aunque éste parezca mejor. También importa saber cómo acostumbra el paciente a tomar sus comidas: en qué cantidad las ingiere y en qué forma las prepara. En suma: todas las cosas habituales son mejores, tanto para el hombre enfermo como para el sano.
Preguntando a una persona acerca de sus hábitos, puede uno también juzgar más acertadamente sobre su carácter; si es descuidada o no, y cuáles son sus actividades en general. Pues lo que es habitual en una persona sana, no se percibe claramente cuando está enferma, y el médico no puede descubrir por si mismo todos estos detalles, sin interrogar directamente al paciente o a quienes están a su lado.
Esto es lo que más me sorprende de Calímaco: él era el único de todos los médicos del pasado o al menos de aquellos que merecen nuestra atención que sostenía que es innecesario hacer ninguna pregunta sobre otras enfermedades o lesiones, particularmente en las de la cabeza. Afirmaba que en cada caso los signos físicos (semeia) bastan para indicar tanto la enfermedad como su causa, y que en ellos hemos de fundar toda la prognosis y un tratamiento más eficaz. Consideraba superfluo incluso preguntar las causas determinantes de una enfermedad, como por ejemplo la clase de vida y las ocupaciones del paciente, o si sentía cansancio o frío cuando cayó enfermo. Opinaba que al médico no le interesa saber nada de eso.
Creo yo, sin embargo, que aunque uno pueda por sí mismo darse cuenta de muchas cosas acerca de la enfermedad, mejor y de manera más segura lo hará preguntando al paciente, pues si el resultado de su interrogatorio concuerda con los síntomas observados, es más fácil conocer el estado del enfermo. Por ejemplo, supongamos que un paciente que sufre de indigestión nos dice que ha comido y bebido más de la cuenta, esta información nos ayuda a diagnosticar sin temor a error que el enfermo padece de indigestión, y sobre esta base cierta sabremos, además, qué tratamiento emplear. O si un paciente que se halla sin fuerzas dice que ha estado haciendo un trabajo muy duro, también es este dato una vía fácil para descubrir el mal que le aqueja, esto es, el agotamiento, permitiéndonos, además, emplear el tratamiento adecuado. No niego que en dichos casos los síntomas son reveladores para el diagnóstico; pero en lo que respecta a la duración del mal, diversas costumbres del paciente y su natural predisposición, el saberlo es, en la práctica, más importante que ninguna otra cosa, y ello sólo puede conocerse preguntando al paciente.
Además, el diagnóstico de las enfermedades es diferente según sean éstas de origen interno o externo, y es indudable que los males internos son más graves que los externos. Supongamos que el paciente está trémulo; el temblor producido por el frío o el miedo es menos grave que el originado por causas internas, O si delira, el delirio producido por el exceso de bebida o alguna droga tóxica se cura fácilmente; si otra causa lo produce, es más difícil de curar. Del mismo modo, en todos los casos encontraréis que el tratamiento también varía; si hay agotamiento, debido en un enfermo al exceso de ejercicio y en otro al exceso de comida, al primero le conviene descanso, sueño, masaje suave y baños calientes, en tanto que para el segundo es bueno el trabajo, el ejercicio y la depleción por varios medios. Esto demuestra cuán importante es para el médico preguntar detalladamente acerca de las causas de las enfermedades. Por consiguiente, aun cuando haya signos visibles, uno debe hacer preguntas. Por ejemplo, en un caso de lividez se preguntará si es debida a un golpe, o a la edad del paciente, o a la estación del año; pues de no deberse a ninguna de estas causas, la lividez es producida por la fiebre, y es un signo fatal. O si la lengua está seca, preguntamos al paciente si tiene sed o se ha purgado excesivamente; o si está negra, le preguntamos si ha comido algo negro; con lo que el médico sabe a qué atenerse. Del mismo modo, debe interrogarse acerca de las materias eliminadas durante la enfermedad: orina, heces, saliva; es de gran importancia conocer su cantidad, consistencia y color, así como saber qué alimentos las producen, su cantidad, calidad y frecuencia con que se toman.

[1] Rufo de Efeso, Sobre la interrogación al paciente, Revista MD, 1969, Vol. VII, p. X5-X8.

29 de enero de 2008

CAYO PLINIO SEGUNDO (PLINIO EL VIEJO)




Cayo Plinio Segundo (Plinio el Viejo)

Tras estudiar en Roma, a los veintitrés años inició su carrera militar en Germania. Llegó a ser comandante de caballería antes de regresar a Roma en el año 57, para entregarse al estudio y el cultivo de las letras. Agudo observador, fue autor de algunos tratados de caballería, una historia de Roma y varias crónicas históricas, hoy perdidas. Se conserva prácticamente completa la Historia natural de Plinio Segundo, Es una inmensa enciclopedia que en sus XXXVII libros trata de geografía, etnografía, del hombre, de los animales, de los vegetales, de botánica y zoología médica, de los minerales, de las artes, y de las piedras preciosas. Se basó tanto en autores griegos y latinos anteriores, como en su experiencia personal. Escrita en un lenguaje claro y con un rico vocabulario, contiene gran cantidad de información sobre las más diversas disciplinas y constituye un importante tratado enciclopédico que recopila todo el saber de la Antigüedad.

Historia natural [1]


III. Nacimientos excepcionales y monstruosos. El nacimiento de trillizos lo atestigua el caso de los Horacios y Curiacios; un número superior se considera portentoso o de mal agüero, excepto en Egipto, donde el beber agua del Nilo produce fecundidad. No ha mucho, el día de los funerales de Augusto, una plebeya llamada Fausta dio a luz en Ostia a dos varones y dos hembras, augurio indudable de la hambruna que sufrió Roma. También conocemos el caso de una mujer en el Peloponeso que por cuatro veces alumbró quintillizos, sobreviviendo la mayoría en cada parto. En Egipto, Trogo nos habla asimismo de casos de siete criaturas nacidas en un solo parto.
También nacen personas que reúnen en sí las características de ambos sexos a las que llamamos hermafroditas, que antiguamente se denominaban androgyni y eran consideradas como portentos; hoy, en cambio, se exhiben como espectáculo público. Pompeyo el Grande colocó entre las decoraciones de su teatro, imágenes de maravillosas personas, cuidadosamente ejecutadas por eminentes artistas; entre ellas figuraban Eutiquia -famosa por haber tenido 30 partos y a cuya muerte, ocurrida en Tralles, fue conducida a la pira fúnebre por veinte hijos- y Alcipa, que había parido un elefante, aunque es cierto que este último caso figura entre los portentos, pues uno de los primeros acontecimientos de la guerra mársica fue que una criada dio a luz a una serpiente, figurando también otros partos monstruosos entre los hechos ominosos que ocurrieron. Claudio César menciona el nacimiento de un hipocentauro en Tesalia, el cuál murió el mismo día; y durante su reinado nosotros vimos realmente uno que le fue traído desde Egipto, conservado en miel. Se cuenta el caso de un niño, en Sagunto, que apenas nació volvió a meterse en la matriz; este hecho sucedió el mismo año en que dicha ciudad fue destruida por Aníbal.

IV. Cambio de sexo. La transformación de hembras en varones no es una mera patraña. Refieren los Anales que durante el consulado de Pulio Licinio Craso y Gayo Casio Longino, una muchacha, en Casino, se transformó en muchacho, y por orden de los augures fue enviada a una isla desierta. Licinio Luciano relata que él personalmente conoció en Argos a un hombre llamado Arescón, quien había sido antes mujer con el nombre de Arescusa y que había tenido marido; nacióle luego barba, así como atributos masculinos, y tomó esposa. También había conocido a un muchacho con una historia semejante en Esmirna. Yo mismo he visto en África a una mujer que se volvió varón el día de su boda con un hombre; después fue conocido como Lucio Consticio, ciudadano de Tisdritum.
Se dice que en un parto de gemelos ni la madre ni uno de los dos niños suele sobrevivir y que si son gemelos de distinto sexo, aún es mas raro que se salve alguno de ellos; que las hembras nacen con mayor rapidez que los varones, del mismo modo que envejecen antes; que el movimiento en la matriz es más frecuente en caso de varones, y que los varones suelen llevarse en el lado derecho y las hembras en el lado izquierdo.

V. Reproducción Humana. Todos los animales tienen una estación fija tanto para la cópula como para el nacimiento de sus hijos, pero la reproducción humana tienen lugar a lo largo de todo el año, y el período de gestación varía, pudiendo en algún caso exceder de seis meses, en otro de siete, e incluso puede pasar de diez; una criatura nacida antes del séptimo mes es generalmente un aborto. Únicamente los concebidos el día antes o el día después de la luna llena, o cuando no hay luna, nacen en el sétimo mes. En Egipto es cosa corriente que nazcan niños aun en el octavo mes; y en Italia también lo es que estas criaturas vivan, contrariamente a las antiguas creencias. Pero estas cosas varían mucho. Vistilia, esposa de Glicio, y sucesivamente de Pomponio y de Orfito, ciudadanos del mas alto rango, dio a estos maridos cuatro hijos, en cada caso tras seis meses de embarazo; mas posteriormente dio a luz a Suilio Rufo a los diez meses de embarazo, y a Córbulo a los seis -ambos llegaron a ser cónsules-, y más tarde dio a luz a Cesonia, que fue esposa del emperador Gayo, tras siete meses de embarazo. Los niños nacidos fuera de término son más débiles de salud durante las primeras seis semanas, y las madres en los meses cuarto y octavo de embarazo; y los abortos en estos casos son fatales. Masurio afirma que Lucio Papirio, como pretor en una demanda por herencia presentada por un presunto heredero, falló a favor del demandado; alegaba el demandante que la madre del heredero afirmaba que este había nacido después de un embarazo de trece meses, basándose la sentencia en que al parecer no había un período fijo de preñez.

VI. Embarazo. En el décimo de la concepción, los dolores de cabeza, mareos y visión borrosa, repugnancia por la comida y vómitos, son síntomas de la formación del embrión. Si la criatura es varón, la madre tiene mejor color y un parto más fácil; hay movimiento en la matriz el cuadragésimo día. En los casos del sexo contrario, todos los síntomas son los opuestos: la carga se hace pesada y hay una ligera hinchazón en las piernas e ingles pero el primer movimiento del feto se registra el nonagésimo día. Pero en ambos casos la mayor debilidad tiene lugar cuando al embrión empieza a salirle pelo; y también durante la luna llena, período especialmente desfavorable para los niños recién nacidos. La manera de andar y todo lo demás es tan importante durante el embarazo, que las madres toman alimentos demasiado salados tienen niños que carecen de uñas, y el no retener el alimento hace el parto mas difícil; ciertamente, el jadear durante el parto puede causar la muerte, del mismo modo que un estornudo inmediatamente después de la cópula provoca el aborto.

VII. Aborto. ¡Da lástima e incluso vergüenza pensar en lo insignificante que es el origen del más orgulloso de los animales, cuando hasta el olor de una lámpara apagada produce con frecuencia el aborto! He ahí los orígenes de los tiranos y del orgullo que siembra la muerte. Tú, que confías en la fortaleza de tu cuerpo, que aceptas los valores de la fortuna y te consideras no ya su favorito, sino su hijo, ¡de qué modo tan despreciable pudiste ser aniquilado!


[1] Cayo Plinio Secundo (Plinio el viejo), Historia Natural, Edición de 1582, Revista MD, 1969, Vol. VII, p. 127-132,

FUENTE BIBLIOGRÁFICA: TEXTOS CLASICOS DE MEDICINA. TOMO I. CORTES, PÉREZ Y ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA, BUAP. PUEBLA, PUE. MÉXICO 2007

IMAGENES DE LA MEDICINA ANTIGUA V


28 de enero de 2008

AULO CORNELIO CELSO



Aulo Cornelio Celso

Aulo Cornelio Celso perteneció a la destacada familia romana de Los Cornelios. Patricio educado, reflexivo y humanitario. Su pasión enciclopedista lo llevó a escribir su obra De Artibus. Su monumental obra se perdió: casualmente la Re Medica fue encontrada por el papa Nicolás V alrededor de 1450 y fue la primera obra médica multiplicada por la naciente imprenta en 1478, llegó a ser popular entre los médicos a comienzos de la edad moderna. Re Medica recopila el conocimiento y práctica de la Medicina a comienzos del Imperio Romano. Su principal mérito, que todavía persiste, es haber traducido el léxico de la medicina helenística al latín. El orden de la obra incluye el Proemio, o Introducción y los capítulos sobre Dietética, Farmacéutica y Cirugía. Celso en su obra enuncia los cuatro signos clásicos de la inflamación: rubor, dolor, calor y tumor. Describió por primera vez las ligaduras. En las fracturas sugirió la utilización de férulas con vendajes de materiales semirrígidos como la cera y la pasta de harina. También describió instrumentos quirúrgicos. Su obra fue desconocida hasta finales del siglo XIV.


Tratado de medicina
[1]


I.- Clasificación general de las enfermedades. Habiendo ya considerado todo lo referente a las enfermedades en general, paso a tratar de la curación de cada una de ellas. Ahora bien, los griegos las dividen en dos clases; agudas y crónicas. Y no siendo sus procesos siempre iguales, algunos clasificaron entre las agudas, las mismas enfermedades que otros incluyeron entre las crónicas; de donde se deduce claramente que hay más de dos clases: algunas son breves y agudas, y acaban con una persona en poco tiempo, o pasan pronto; otras son prolongadas y dilatan la recuperación o muerte del enfermo. Una tercera clase comprende aquellas que a veces son agudas y a veces crónicas, a la cual pertenecen no sólo las fiebres sino también otras enfermedades. Y además de éstas, hay una cuarta clase que no pueden llamarse agudas, porque no son mortales ni crónicas, sino de fácil curación cuando se administran los remedios apropiados. Al tratar de cada una de ellas puntualizaré a qué clase pertenecen.
Por el momento las dividiré a todas en dos grupos: las que afectan a todo el cuerpo y las que se presentan en regiones u órganos determinados. Tras unas cuantas observaciones generales sobre todas ellas, empezaré con las primeras. Pero antes debo afirmar que no hay enfermedad en la cual la fortuna pueda aspirar a tener más poder que el arte, ni el arte que la naturaleza: pero un médico tiene mayor excusa si no tiene éxito en las enfermedades agudas que en las crónicas. La razón es que en aquellas el médico dispone de un breve lapso, y si los remedios no tienen éxito, el paciente muere. En el segundo caso, hay tiempo suficiente, tanto para deliberar como para cambiar el tratamiento; por eso, si un médico ha sido llamado desde el principio, rara vez muere un enfermo obediente. No obstante, una enfermedad crónica, cuando está firmemente arraigada, es tan difícil de curar como una aguda. Y en verdad, cuanto más antigua es una enfermedad aguda, tanto más fácil es curarla; lo contrario ocurre con una crónica; es más fácil de curar cuanto más reciente es.
Hay otra cosa que no debemos ignorar: que los mismos remedios no van bien a todos los pacientes. De ahí que grandes autores ensalcen un remedio y otros no, con su experiencia. Lo procedente, por tanto, cuando el paciente no responde a un tratamiento, es atender menos al autor que al paciente, y probar un remedio tras otro. Teniendo en cuenta, sin embargo, que en las enfermedades agudas lo que no alivia debe cambiarse inmediatamente, en las crónicas, en las que el tiempo influye, no hay que apresurarse a condenar el remedio que no haya dado resultados inmediatos, ni mucho menos debe interrumpirse el tratamiento que haya producido un pequeño alivio, porque sus buenos efectos son obra del tiempo.
II.- Diagnósticos generales de enfermedades agudas y crónicas, y diferencia de régimen en cada una. Es fácil saber desde el principio si una enfermedad es aguda o crónica: no solo en las que presentan siempre los mismos síntomas, sino también en las que varían. Cuando se registran paroxismos acompañados de súbitos e intensos dolores, la enfermedad es aguda. Cuando hay poco dolor o la fiebre sube, o los intervalos entre los ataques son prolongados, y se presentan los síntomas que se han explicado en e libro anterior, es indudable que la enfermedad es crónica.
También es preciso observar si los trastornos aumentan, se estacionan o ceden, por que algunos remedios son más propios para las enfermedades que se agravan que para las que ya declinan. Y en las primeras es preferible administrar los remedios durante las remisiones. Ahora bien, una enfermedad se agrava cuando los dolores y paroxismos aumentan, cuando los paroxismos se repiten tas breves intervalos volviéndose cada vez más intensos. E incluso en las enfermedades crónicas, que no presentan tales síntomas, podremos saber cuándo empeoran observando la aparición de los siguientes síntomas: sueño intranquilo, frecuentes indigestiones, heces fétidas, torpeza en los sentidos, comprensión más difícil y palidez. Los síntomas contrarios indican mejoría.
Además, en las enfermedades agudas no debe darse alimento al paciente antes de que el mal empiece a ceder; pues el ayuno, disminuyendo la materia, puede quebrantar su violencia; en las enfermedades crónicas es menester hacerlo para que el enfermo pueda soportar la duración del mal. Más si la enfermedad no se halla generalizada en todo el cuerpo, sino en una parte u órgano determinado, es indispensable sostener las fuerzas de todo el cuerpo, ya que esas fuerzas contribuyen a curar las partes enfermas. También hay que considerar si una persona ha recibido un tratamiento adecuado o equivocado desde el principio, ya que, en el segundo caso, si el enfermo aun conserva sus fuerzas naturales, pronto se recuperará con el tratamiento adecuado. Pero ya que empecé con los síntomas indicadores de la proximidad de una dolencia, hablaré de los métodos terapéuticos a emplearse desde el principio. En efecto, lo primero es descanso y abstinencia; si se debe algo, debe ser agua, y a veces esto debe bastar durante un día; a veces durante dos, si continúa los síntomas alarmantes; e inmediatamente después del ayuno se debe tomar un ligero alimento y beber agua; al día siguiente, vino; después, un día agua y otro vino, alternando, hasta que desaparezca toda causa de temor. De este modo se evita a menudo una enfermedad peligrosa. Se engañan los que creen que al cabo de un día puede desaparecer la lasitud, con ejercicio, baños, una purga suave, eméticos, diaforéticos o simplemente vino. No es que en ocasiones no ocurra, mas no suele suceder así; y solo la abstinencia puede curar sin riesgo alguno. Especialmente, esto puede regularse según el estado del enfermo: si los síntomas son leves, bastará con abstenerse del vino, una disminución del cual ayuda más que la de la comida. Si los síntomas son algo más peligrosos, no solo basta beber agua (como en el primer caso), sino que debe prohibirse la carne, siendo a veces necesario reducir la ración diaria de pan y limitarse a tomar alimentos de alto contenido acuoso, como las verduras. Y puede ser suficiente abstenerse por completo de alimento, vino y todo movimiento, cuando síntomas violentos dan la alarma. Y raro será que se enferme el que siga estos preceptos para combatir la enfermedad a su debido tiempo.

[1] Aurelius Cornelius Celsus, Traité de Médecine, Traduction nouvelle par A. Védrènes, Libre III, Paris, G. Masson Éditeur, 1876, p. 136-148.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA; TEXTOS CLÁSICOS DE MEDICINA TOMO I. ´CORTES, PÉREZ Y ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA DE LA BUAP. PUEBLA, PUE. MÉXICO 2007

IMAGENES DE LA MEDICINA ANTIGUA IV

24 de enero de 2008

PEDANIO DIOSCÓRIDES



Pedanio Doiscórides Anazarbeo
Dioscórides nació en Anazarbo (Cilicia) en fecha desconocida, se calcula vivió entre los años 40 y 90 d. C. Las menciones a sus contemporáneos en su gran obra y el hecho de que Galeno (S. II d.C.) haya mencionado su obra en sus escritos, permiten deducir que produjo su obra bajo el mando de Nerón (entre el 54 y 68 d.C.). Fue médico de la armada romana en tiempos de Claudio y Nerón. Estas circunstancias le dieron la oportunidad de viajar y conocer muchas provincias del Imperio Romano y de reunir sus propias observaciones que le permitieron escribir su Materia médica, que es quizás la obra médica más veces reeditada y traducida de la historia. Las obras de Dioscórides, recogidas originalmente en cinco volúmenes, conocieron no menos de siete traducciones y constituyeron el manual básico de uso de la farmacología hasta finales del siglo XV.
De materia médica [1]
En los libros anteriores a éste, queridísimo Ario, hemos tratado acerca de los aromas, de los aceites, de los perfumes, de los árboles y de los frutos y de las lágrimas que producen, también de los animales, de los cereales, de las hortalizas y de las hierbas que poseen agudeza. En este libro tercero presente trataremos de las raíces, de los zumos, de las hierbas y de las semillas, tanto de las de naturaleza medicinal como de las afines.

El ruibarbo.
El ruibarbo: unos lo llaman rhêon. Nace en las regiones sobre el Bósforo, de donde se trae. Su raíz es negra, semejante a la centaurea mayor, aunque es más pequeña y más roja, inodora, esponjosa, algo ligera. El mejor ruibarbo es el no comido por los gusanos y pegajoso al gusto con floja estipticidad;
[2] mascado, se vuelve amarillento y un tanto azafranado en color.
Bebido es eficaz contra flatulencias de estómago, atonía, cualquier tipo de dolor, espasmos, roturas internas, para los que padecen del hígado, del riñón, contra retortijones de tripas y afecciones de la vejiga y del tórax, contra tensiones de los hipocondrios y padecimientos de la matriz, contra la ciática, expectoración de sangre, asmas, hipos, disenterías, indisposiciones celíacas, fiebres periódicas, mordeduras de fieras venenosas.
Suministrarás de él, para cada padecimiento, igualmente que en el agárico, con el mismo peso y líquidos.
[3] Aplicado como ungüento con vinagre, elimina también las livideces y empeines.[4] Y en forma de cataplasma, con agua, resuelve toda inflamación antigua. Su facultad más alta es estíptica con un tanto de calor.

La genciana.
La genciana parece que fue encontrada por primera vez por Gentis, rey de los ilirios, de quien recibe su denominación. Sus hojas están junto a la raíz, semejantes a las de nogal o de llantén, rojizas. Otras, a mitad del tallo y, principalmente, las de la cumbre son un poco hendidas. Su tallo es hueco, liso, del grosor de un dedo, de dos codos de altura, dividido en nudos, a grandes trechos rodeado de hojas. Tiene una semilla ancha en el cáliz, ligera, pajosa, parecida a la de la branca ursina. Su raíz es larga, semejante a la aristoloquia mayor,
[5] gruesa, amarga. Nace en las cumbres muy altas y en lugares sombríos y acuosos.
Su raíz tiene virtud calorífica, estíptica. Bebida la cantidad de dos dracmas,
[6] con pimienta, ruda y vino, socorre a los mordidos por fieras venenosas. También contra los dolores de costado, prolapsos, luxaciones, roturas internas, si se bebe aproximadamente una dracma de su zumo. Bebida con agua, es útil también para los enfermos de hígado y de estómago. La raíz, aplicada en pesario,[7] expele los fetos. Si se aplica como el licio, es propia para las heridas, es remedios de las llagas corruptivas –lo es principalmente el zumo-. Es ungüento de inflamaciones de ojos. Se mezcla también su zumo, en lugar de meconio, en los colirios agudos. Su raíz es también detersiva[8] de albarazos.[9]
Se extrae el zumo, una vez majada[10] y remojada en agua durante cinco días. Luego de cuece en agua, hasta que las raíces sobrenaden. Y después de enfriar, se cual el agua por un cedazo de lienzo y se cuece, hasta que se vuelva semejante a la miel en su consistencia, y se guarda en un recipiente de barro.

[1] Pedanio Dioscórides Anazarbeo, De Materia Médica, Libro III, Traducción y notas de Manuela García Valdéz, España, Editorial Gredos, 2002, p. 7,9-11, 45-48,
[2] Estreñimiento de vientre.
[3] Tomar el peso de tres óbolos con agua. Un óbolo es igual a medio escrúpulo o doce granos.
[4] Enfermedad de la piel, que se pone áspera, causando comezón, similar de impétigo.
[5] El término aristolochia es un compuesto del adjetivo áristos, “el mejor”, y el sustantivo locheía, “parto”; significa “la mejor en los partos”.
[6] Octava parte de una onza, que contiene tres escrúpulos, o dos adarmes, o setenta y dos granos.
[7] Cualquier compuesto o aparato que se introduce en el útero.
[8] Acción y efecto de limpiar.
[9] Enfermedad, especie de empeines, postillas o manchas blancas, ásperas y escamosas, que salen en el cutis o piel.
[10] Acción de machacar.
FUENTE BIBLOGRAFÍCA: TEXTOX CLÁSICOS DE MEDICINA TOMO I. CORTES, PÉREZ, ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA DE LA BUAP. PUEBLA. MÉXICO 2007

23 de enero de 2008

GRECIA: HIPOCRATES DE COS


Hipócrates de Cos

Hipócrates nació en 460 a.C. en la isla de Cos (mar Egeo), y murió en el año 377 a.C. en Larisa (Tesalia). Fue un médico griego, llamado desde la Edad Media el Padre de la Medicina. Figura de gran relieve histórico que ya en época griega adquirió carácter mítico. Pertenecía a una familia de médicos-sacerdotes de Asclepio. Viajó por toda Grecia y probablemente por el Próximo Oriente, siendo considerado durante su vida como un gran clínico. Su figura ha sido venerada durante siglos como personificación del médico ideal y como el fundador de la medicina. Su concepción de la medicina, basada en la experiencia y en la observación, nos es conocida por los Aforismos y los tratados que se le atribuyen del célebre Corpus hippocraticum, conjunto de teorías médicas de la época compiladas por la escuela médica de Cos. Se basan en la teoría de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra) y en la fuerza curativa de la Naturaleza.
Aforismos [1]
1. Corta es la vida, el camino largo, la ocasión fugaz, falaces las experiencias, el juicio difícil. No basta, además, que el médico se muestre tal en tiempo oportuno, sino que es menester que el enfermo y cuantos lo rodean coadyuven a su obra.
2. La Medicina es el arte de curar las enfermedades por sus contrarios. El arte de curar, el de seguir el camino por el cual cura espontáneamente la Naturaleza.
3. En las disenterías y vómitos espontáneos, si se evacua lo que debe ser expelido, todos estos trastornos podrán ser útiles y poco molestos; pero, si esto no ocurre, serán dañosos. De igual manera, la evacuación de los vasos es útil cuando se practica en términos convenientes, pues, y es muy conveniente tener en cuenta el país, la estación, el tiempo y la naturaleza de las enfermedades, en que pueden convenir o no estas evacuaciones.
4. La robustez extremada es dañosa a quienes hacen ejercicios violentos, como los atletas; pues no pudiendo mejorar ni permanecer estacionarios, es muy fácil que se altere en su perjuicio. Así es conveniente que se disminuya gradualmente el vigor excesivo, para que el cuerpo comience una nutrición nueva. No obstante, precisa no evacuar con exceso; la atenuación debe estar en proporción a la naturaleza y fuerzas del enfermo, pues la excesiva replexión es tan perjudicial como la evacuación extrema.
5. La dieta rigurosa es peligrosa siempre en las enfermedades crónicas y aun cuando está contraindicada en las agudas. Es difícil de soportar un régimen de sobrada tenacidad, como lo es una replexión excesiva.
[1] E. Littré, Oeuvres Complètes D’Hippocrate, Tome quatriéme, Aphorismes premiére et deuxiéme section, a Paris, chez J.B. Baillière, 1844, p. 458-485.
Sobre la medicina antigua [1]
Cuantos se han puesto a la tarea de hablar o escribir acerca de la medicina, tomando como base su de teoría un supuesto, lo caliente o lo frió o lo húmedo, o lo seco o cualquier otra cosa que les plazca, reducen el principio de la causa1 de las enfermedades y de la muerte y de la muerte de los hombres a una o dos cosas que han dado por supuestas, y asignan la misma causa en todos los casos. Así por un lado es evidente que están equivocados en muchas cosas inclusive las que afirman. Pero sobre todo merecen ser censurados porque lo que abordan es un arte que tiene realidad y del cual se sirven todos en las ocasiones más importantes, y confieren los principales honores a los buenos artesanos y profesionales. Ahora bien, hay artesanos de poca valía y otros muy sobresalientes; y esto no seria así si la medicina no fuera real y si en ella no se hubiera observado nada ni descubierto nada. Si ese fuera el caso, todos serian similarmente inexpertos e ignorantes respecto de ella, y todo lo concerniente de los enfermos quedaría a merced del azar. Pero no es este el caso, sino que, así como en todas las demás artes los artesanos difieren mucho entre si en cuanto a habilidad manual y a inteligencia, del mismo modo sucede en la medicina. Por eso nunca he concebido que la medicina tuviera necesidad de un supuesto inventado, tal como lo requieren las cosas invisibles y enigmáticas. En efecto, cuando se intenta hablar de estas -por ejemplo, de las cosas que están en lo alto o de las que hay bajo tierra-, es forzoso recurrir a un supuesto. Si alguien hablara discerniendo como son no seria claro, ni para el que habla ni para sus oyentes, si lo que dice es verdadero o no, pues no puede ser referido a nada que asegure un saber con certeza.
En cuanto a la medicina desde hace mucho cuenta con todo una ves descubiertos su principio y su vía, con los cuales muchos descubrimientos relevantes han sido hechos durante mucho tiempo y serán hechos los que restan, con tal de que quien investigue sea capaz, conocedor de lo que ha sido descubierto, y que parta esto. Pero aquel que, tras dejar de lado todo esto rechazándolo, intente indagar por otra vía y de otra forma y diga que ha descubierto algo, engaña y se engaña; pues es imposible que haya descubierto algo. Porque motivo es necesariamente imposible, tratare de mostrarlo al explicar –en lo que digo-, que es el arte de la medicina. De ello resultara evidente que es imposible que sea descubierto algo de cualquier otro modo.
[1] Hipócrates, Sobre la medicina antigua, Traducción al español de María Dolores Lara Nava, España, Editorial Planeta-DeAgostini, 1995, p. 37-69.
Epidemias [1]
1. A la hija doncella de Euryanacto la acometió una calentura fortísima, y en toda ella no tuvo sed, ni apetito ninguno a la comida. Por el vientre echó un poco de humor, y las orinas fueron tenues, en poca cantidad y de buen color. Al comenzar la fiebre sintió un dolor en el perineo. El día sexto estuvo sin calenturas no sudó, hizo crisis, y en el tumor del perineo se hizo materia y al tiempo de la crisis se abrió. El séptimo día, después de la terminación, tuvo frío, con temblor de todo el cuerpo, entróle un poco de calor, y sudó. En el octavo, después de la crisis, tuvo un poco de frío con temblor, y después se le enfriaron los extremos de modo que ya más no volvieron en calor. El día décimo, después que tuvo un sudor, le vino algo de delirio, mas de allí a poco volvió en sí. Díjose que padeció la enferma todos estos males por comer una uva. El día duodécimo pasó sin calentura, pero volvió después a delirar. Turbósele el vientre, y echaba humores coléricos en poca cantidad y sin mezcla de otros, delgados y picantes, y se levantaba a menudo a arrojarlos. El día que hacía siete, después del delirio último que tuvo, murió. Esa mujer, desde el principio de la enfermedad, tuvo dolor en las fauces y rubicundez continúa en ellas y retraimiento en la campanilla, junto con esto mucha destilación de humores en poca cantidad, delgados y picantes: tenía también tos, y no arrancaba nada cocido. Toda la enfermedad tuvo, una suma inapetencia y aversión a todas suertes de comidas, no tuvo sed, ni bebió cosa memorable, hablaba poco, estaba silenciosa y el ánimo le tenía en perpetua desconfianza y desesperación. Hallábase en esta enferma una natural y congénita disposición a la tisiquez.
[1] E. Littré, Oeuvres Complètes D’Hippocrate, Tome second, Epidémies premier livre, a Paris, chez J.B. Baillière, 1840, p. 598-717.
Sobre el médico [1]
1. La prestancia del médico reside en que tenga buen color y sea robusto en su apariencia, de acuerdo a su complexión natural. Pues la mayoría de la gente opina que quienes no tienen su cuerpo en buenas condiciones no se cuidan bien de los ajenos. En segundo lugar, que preste un aspecto aseado, con un atuendo respetable, y perfumado con ungüento de buen aroma, que no ofrezca un olor sospechoso en ningún sentido. Porque todo esto resulta ser agradable a los pacientes.
En cuanto a su espíritu, el inteligente debe observar estos consejos: no solo el ser callado, sino, además, muy ordenado en su vivir, pues eso tiene magníficos efectos en su reputación, y el que su carácter sea el de una persona de bien, mostrándose serio y afectuoso con todos. Pues el ser precipitado y efusivo suscita menosprecio, aunque pueda ser muy útil.
Que haga su examen con cierto aire de superioridad. Pues esto, cuando se presenta en raras ocasiones ante unas mismas personas, es apreciado.
En cuanto a su porte, muéstrese preocupado en su rostro, pero sin amargura. Porque, de lo contrario, parecerá soberbio e inhumano; y el que es propenso a la risa y demasiado alegre es considerado grosero. Y esto debe evitarse al máximo. Sea justo en cualquier trato, ya que la justicia le será de gran ayuda. Pues las relaciones entre el médico y sus pacientes no son algo de poca monta. Puesto que ellos mismos se ponen en las manos de los médicos, y a cualquier hora frecuentan a mujeres, muchachas jóvenes, y pasan junto a objetos de muchísimo valor. Por lo tanto, han de conservar su control ante todo eso. Así debe, pues, estar dispuesto el médico en alma y cuerpo.
[1] José Gaspar Rodolfo Cortés Riveroll, Domingo Pérez González y Salvador Rosales de Gante, Lectio et disputatio, México, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2003, p. 34-39.
Juramento Hipocrático [1]
Juro por Apolo médico y por
Asclepio y por Hygiea y por Panacea y todos los dioses y diosas, poniéndolos por testigos, dar cumplimiento en la medida de mis fuerzas y de acuerdo con mi criterio a este juramento y compromiso:
Tener al que me enseñó este arte en igual estima que a mis progenitores, compartir con él mi hacienda y tomar a mi cargo sus necesidades si le hiciere falta; considerar a sus hijos como hermanos míos y enseñarles este arte, si es que tuvieran necesidad de aprenderlo, de forma gratuita y sin contrato; hacerme caso de la preceptiva, la instrucción oral y todas las demás enseñanzas de mis hijos, de los de mi maestro y de los discípulos que hayan suscrito el compromiso y estén sometidos por juramento a la ley médica, pero a nadie más.
Haré uso del régimen dietético para ayuda del enfermo, según mi capacidad y recto entender: del daño y la injusticia le preservaré.
No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte.
No haré uso del bisturí ni aún con los que sufren del mal de la piedra: dejaré esa práctica a los que la realizan.
A cualquier casa que entrare acudiré para asistencia del enfermo, fuera de todo agravio intencionado o corrupción, en especial de prácticas sexuales con las personas, ya sean hombres o mujeres, esclavos o libres.
Lo que en el tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en relación con la vida de los hombres, aquello que jamás deba trascender, lo callaré teniéndolo por secreto.
En consecuencia séame dado, si a este juramento fuere fiel y no lo quebrantare, el gozar de mi vida y de mi arte, siempre celebrado entre todos los hombres. Mas si lo transgredí y cometo perjurio, sea de esto lo contrario.
[1] Hipócrates de Cos, Corpus Hippocraticum, España, Editorial Gredos, 2000, p. 3-4.
FUENTE BIBLIOGRÁFICA DE TODOS LOS TEXTOS: TEXTOS CLÁSICOS DE LA MEDICINA. TOMO I. CORTÉS, PÉREZ, ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA DE LA BUAP. PUEBLA, PUE, MÉXICO 2007.

22 de enero de 2008

HUANG - TI, NEI CHING SUE WEN






Huang-ti.

A Huang-ti (2697-2597 a. de C.) tercer emperador de china, el “emperador amarillo” se atribuye no sólo la invención del calendario y la introducción de la historia, sino también el Nei Ching Su Wen, considerado como el más antiguo texto clásico sobre Historia de la Medicina.
La obra se desarrolla a manera de diálogo entre el emperador y su ministro Chi Po, quienes tratan de dilucidar cuestiones vitales relacionadas con la salud y el bienestar del ser humano.




Tratado sobre la importancia del pulso y
la sutil habilidad para su examen
[1]

Huang-ti, el “emperador amarillo”, preguntó: “¿Cuál es el mejor método para curar?”
Chi Po contestó: “El mejor método para curar es ser consistente. Hay que aplicarlo al amanecer, cuando el aliento de Yin [principio femenino de la naturaleza] no ha empezado aún a agitarse, y el de Yang [principio masculino de la vida y la luz] no ha comenzado aún a difundirse; cuando la comida y la bebida no han sido aún ingeridas; cuando las doce venas principales todavía no están colmadas y cuando las venas lo están en completa actividad; cuando el vigor y la energía no han sido aún turbados: en ese momento preciso debe uno examinar lo que le ocurre al pulso”.

“Hay que observar si el pulso está agitado o quieto, haciéndolo con la mayor atención y habilidad. Hay que examinar los cinco colores y las cinco vísceras, comprobando si sufren de exceso o de insuficiencia, y observar los seis intestinos, para ver si están fuertes o débiles. Debe examinarse el aspecto del cuerpo, se es rozagante o desmedrado. Deben utilizarse estos cinco exámenes y combinar sus resultados, y entonces podría uno conocer las probabilidades de vida y muerte”.

“El pulso es el almacén de la sangre. Cuando los latidos son largos y los golpes prolongados, la constitución del pulso está bien regulada; cuando los latidos son cortos y débiles, la constitución del pulso sufre desarreglo. Un pulso con seis latidos por cada ciclo respiratorio, indica enfermedad del corazón; y cuando es dilatado, la enfermedad es grave”.

“Cuando el pulso superior es abundante, su impulso es fuerte; cuando el pulso inferior es abundante, indica flatulencia. Si es irregular y trémulo y los latidos se suceden a intervalos irregulares, el pulso es tenue (menos que débil, pero perceptible y fino como un hilo de seda) el impulso es tenue y fino, lento y corto como al raspar el bambú con un cuchillo, entonces indica que le corazón está inflamado y dolorido”.

“Cuando la fuerza del pulso es turbulenta y se altera el color del enfermo como u pozo burbujeante, es señal de que la enfermedad ha penetrado en el cuerpo; el color se ha corrompido y la constitución se ha debilitado. Y cuando la constitución se debilita, se rompe como las cuerdas de un laúd y muere. Por lo tanto, es imprescindible comprender la fuerza de las cinco vísceras”.

“Las cinco vísceras, que están dentro del cuerpo deben ser protegidas, Cuando las vísceras interiores están sanas, rebosan fuerza vital y pueden vencer al mal y al temor, y los tonos emitidos son armoniosos y similares a los que provienen del interior de una casa de familia; esto quiere decir que el aire del interior del cuerpo es húmedo, o como si dijéramos, que los tonos son finos y delicados, que ha terminado el ruido y que no puede continuar; todo esto significa que la fuerza vital prevalece sobre la enfermedad”.

“Cuando los vestidos que lleva una persona están descuidados, quiere decir, según un proverbio; Ni el bien ni el mal pueden ocultarse, ya estén cerca o lejos; así lo han dispuesto los dioses. Y cuando los graneros y los almacenes no guardan provisiones, es como si las puertas crecieran de sentido e importancia”.
[2]



[1] Huang-ti, Nei Ching Sue Wen, Tratado sobre la importancia del pulso y la sutil habilidad para su examen, Revista MD, 1969, Volumen VII, p. M3-M8
[2] Los graneros equivalen al estómago y las puestas al ano, según la explicación de Wan Ping, famoso comentarista de la obra, quien vivió en el sigo VIII d. De C. A él se debe la compilación del texto en la forma actual.


Fuente bibliográfica: Textos Clasicos de Medicina Tomo I. Cortés, Pérez, Rosales. Facultad de Medicina BUAP. Puebla, México 2007



21 de enero de 2008

SUSHRUTA SAMITHA









Sushruta


El cirujano indio Sushruta vivió en el siglo VII a. C. En la obra que nos legó Sushruta Samhita o Colección de Sushruta, se dedicó preferentemente a la cirugía y en esa colección se describen más de cien instrumentos médicos. Se describen también numerosos tratamientos para enfermedades basándose principalmente en la medicina natural. Describió cirugías reconstructivas -inclusive con el concepto de injertos pediculados-, técnicas de rafias o suturas intestinales, técnicas de extracción de cálculos vesicales y tratamiento de estrecheces uretrales pues poseían instrumentos para cirugías uretrales abiertas y cerradas. Escribió acerca del diagnóstico y el tratamiento de las personas picadas o mordidas por insectos o reptiles venenosos, como así también sobre venenos naturales o artificialmente compuestos por el hombre y de los elixires (Rasayanatantra). Utilizaba en su cirugía toda clase de materiales, que incluía algodón, cuero, crin de caballo y tendones, definió el término Agadatantra con características muy cercanas al concepto actual de lo que definimos hoy como toxicología.


Capítulo VIII.
Trataremos ahora del nidanam de mudhagarbham: Las relaciones sexuales durante el embarazo, el montar a caballo, o en cualquier clase de vehículo, un largo pasea, un paso en falso, una caída, presión sobre la matriz, correr, un golpe, sentarse o acostarse en un lugar desnivelado o en postura desigual, el ayuno, la represión voluntaria de cualquier necesidad fisiológica, tomar alimentos demasiado amargos, picantes o que resequen, comer sakas en exceso y sustancias alcalinas, la disentería, el uso de eméticos o purgantes, mecerse en una hamaca, indigestión y el uso de medicinas que provocan el parto o el aborto y otras causas semejantes, tienden a expulsar el feto del claustro materno. Estas causas tienden a separar el feto de las paredes del útero con su ligamento placentario debido a una clase de abhighatam,
[1] del mismo modo que un golpe separa a un fruto de su pedúnculo.
Definición: El feto, así separado y expulsado de la matriz, excita la peristalsis no sólo en el útero, sino que provoca una contracción constante y espasmódica de las cavidades intestinales, produciendo dolor en el hígado, bazo, etc. El apana vayu, obstruido por la espasmódica contracción del abdomen, origina cualquiera de los síntomas siguientes: una especie de dolor espasmódico en los costados, o en el cuello de la vejiga, o en la cavidad pélvica, o en el vientre, o en la vagina, o anaha,
[2] o retención de orina, y destruye el feto, si está bien desarrollado, con secuela de hemorragia. En caso de que el feto continúe creciendo y presente una postura invertida a la entrada del canal de la vagina y esté enclavado en ese lugar, o si el apana vayu se altera y por consiguiente no puede ayudar a la expulsión del mismo, este feto obstruido se llama mud-ha garbha.
Clasificación y síntomas: Los casos de mud-ha garbha pueden dividirse, en términos generales, en cuatro tipos diferentes: kilah, prathikhurah, vijakah y parighah. La clase de presentación incorrecta en que el niño viene con las manos, pies y cabeza vueltos hacia arriba y obstruyendo con la espalda la entrada de la vagina, como una estaca o kila, se llama kilah. Aquella presentación en que las manos, pies y cabeza del niño salen fuera, con su cuerpo en la entrada de la vagina, se llama prathikhurah. El tipo en que sólo sale una mano y la cabeza del niño (con el resto de su cuerpo obstruyendo el mismo lugar) se llama vijakah. La presentación transversal, en que el niño obstruye la entrada del canal vaginal en posición horizontal, como un cerrojo, recibe el nombre de parighah. Aunque algunos maestros afirman que éstas son las cuatro únicas formas de mud-ha garbha, nosotros no admitimos tal opinión, dado que la alteración del vayu puede presentar al feto en varias posturas diferentes a la entrada del canal vaginal. Algunas veces, el niño presenta los dos muslos, y otras una sola pierna en flexión. A veces el niño viene al mundo con el cuerpo doblado y los muslos encogidos, presentando sólo los glúteos oblicuamente. A veces se presenta encajado en la entrada del canal con el pecho, los costados o la espalda. Otras veces viene con el brazo rodeando su cabeza, puesto de lado y con la mano delante. En ocasiones sólo se presentan las dos manos, quedando la cabeza inclinada a un lado; a veces las dos manos, piernas y cabeza del niño, quedando el resto del cuerpo encajado en el canal. He descrito brevemente estas ocho clases de presentación, de las cuales las dos últimas son irremediables. Las demás también deben ser consideradas como tales si van acompañadas de las siguientes complicaciones: anormal sentido de percepción en la madre, convulsiones, dislocación o contracción del órgano de la reproducción (yoni), un dolor especial como el subsiguiente al parto, tos, respiración dificultosa o vértigo.
Versos alusivos: Como un fruto en plena madurez se separa naturalmente de su pedúnculo y cae a tierra irremisiblemente, sí el cordón que une al feto a su madre se desprende con el tiempo y el niño sale del útero al mundo de la acción. Por otra parte, como un fruto comido por los gusanos o sacudido por el viento o por un golpe cae antes de tiempo al suelo, así es expelido el feto de la matriz antes de su término. Durante cuatro meses después de la fecundación, el feto permanece en estado líquido, por lo que su destrucción o salida de la matriz toma el nombre de aborto. Durante el quinto y sexto mes los miembros del feto cobran firmeza y densidad, de ahí que su salida en ese tiempo se denomina malparto.
Pronóstico: La parturienta que mueve violentamente la cabeza en un arrebato de dolor (en el momento del parto), que la hace olvidar todo recato natural, y cuyo cuerpo se enfría, y los costados y vientre están cubiertos por una red de anchas venas azuladas, invariablemente muere con el niño muerto encerrado en la matriz. La muerte del feto en la matriz puede comprobarse por la falta de movimiento de aquél o de todo dolor de parto, o por el color oscuro o amarillento de la tez de la parturienta, el olor cadavérico de su aliento, el dolor de cólico en el vientre y la distensión de éste debido a la prolongada hinchazón y a la descomposición del feto en la matriz.
La muerte de un feto en la matriz puede ser el resultado del algún trastorno emocional de la madre (como la muerte de un familiar o la pérdida de dinero durante el embarazo), del mismo modo que un golpe externo o lesión en la matriz o cualquier enfermedad grave de la madre puede tener iguales consecuencias. Un feto que se mueve en la matriz de una mujer que acaba de expirar (de convulsiones, etc.) durante el parto a término, debe ser extraído inmediatamente de la matriz, como una cabra, mediante sección de las paredes abdominal y uterina, ya que cualquier demora en la extracción del niño puede acarrear su muerte.

[1] Contracción uterina.
[2] Timpanitis con obstrucción.


Fuente bibliográfica; Textos Clasicos de Medicina. Tomo I. Cortés, Pérez, Rosales. Facultad de Medicina BUAP. Puebla, México 2007

12 de enero de 2008

PAPIRO DE EDWIN SMITH




Papiro de Edwin Smith

Es un tratado de cirugía, elaborado en el Antiguo Egipto hace casi 5000 años, se remonta a los tiempos del primer período del Antiguo Imperio. Su contenido fue recopilado por un autor desconocido, que se presume fue un cirujano quien lo copió, siglos después de haberse escrito, cuando muchos de los términos originales en él utilizados se habían hecho incomprensibles y obsoletos; constituye hoy día, una de las joyas bibliográficas de más valor en la historia de la medicina y cirugía. En el se describen prácticas clínicas desarrolladas en la época y contiene observaciones importantes sobre Anatomía, Fisiología y Patología.
El Papiro Médico de Edwin Smith, debe su nombre al egiptólogo norteamericano, quien adquirió el rollo en 1862 en la ciudad egipcia de Luxor (Tebas), después de su muerte, sus herederos presentaron el papiro a la Sociedad de Historia de New York, y autorizaron que se estudiara su contenido. La traducción completa, acompañada de reproducciones en facsímil, glosarios y comentarios, apareció en 1930 y proporcionó un concepto totalmente nuevo acerca de la antigua cirugía egipcia.


Papiro de Edwin Smith
[1]


Instrucciones relativas a la fractura de la nariz.
Reconocimiento:
Si viene a ti un hombre con fractura de la nariz, y ésta se halla desfigurada con una depresión, a la vez que sobresale la hinchazón y el paciente ha sangrado por ambas fosas nasales...
Diagnóstico: Dirás respecto a él: “Tiene rotos los huesos de la nariz. Dolencia que voy a tratar”.
Tratamiento: Le limpiarás la nariz con dos compresas de hilo. Colocarás otras dos compresas de hilo, impregnadas de grasa, en el interior de las fosas. Le mantendrás inmóvil en el potro hasta que la hinchazón se reduzca. Le colocarás vendas de hilo que sujeten fuertemente su nariz. Después le aplicarás hilas cada día hasta que se cure.

Instrucciones concernientes a la dislocación de la mandíbula.
Reconocimiento: Si examinas a un hombre con la mandíbula dislocada, y ves que tiene la boca abierta, sin poder cerrarla, pon tus pulgares en los dos extremos de la mandíbula por el interior de la boca y con dos garras (esto es, dos grupos de dedos) bajo su barbilla, los empujarás hasta que encaje en su sitio...
Diagnóstico: Dirás respecto a él: “Uno que tiene dislocación de mandíbula. Dolencia que trataré”.
Tratamiento: Le vendarás con ymrw y miel cada día hasta que se reponga.

Una herida abierta en la cabeza que penetra hasta el hueso y fractura el cráneo.
Reconocimiento:
Si reconoces un hombre con una herida abierta que llega hasta el hueso y le fractura el cráneo, palparás la herida. Si encuentras algo anormal bajo tus dedos, y él se estremece con fuerza, en tanto que aumenta la hinchazón que está sobre ella, y derrama sangre por las fosas nasales y los dos oídos, y tiene tal rigidez en el cuello que no puede mirar sus hombros ni su pecho...
Diagnóstico: Dirás acerca a él: “Tiene una herida abierta en la cabeza que penetra hasta el hueso y le fractura el cráneo; a la vez que sangra por la nariz y oídos, tiene rigidez en el cuello. Dolencia que combatiré”.


[1] TEXTOS CLÁSICOS DE MEDICINA TOMO 1. CORTÉS, PÉREZ Y ROSALES. FACULTAD DE MEDICINA BUAP. PUEBLA, PUE. MÉXICO 2007